lunes, 10 de noviembre de 2025

En lasesarre. Como siempre.

 Aunque últimamente no vaya mucho a ver al Barakaldo -más bien éste ultimo mes-, sigue siendo igual de fascinante ver al equipo de tu ciudad en un estadio de futbol pequeño que cuando era un niño. Me acuerdo de que una vez salí en el correo, yo llevaba el labio roto por haberme caído con la bici el día de antes, llevaba 3 capas de ropa, un chaquetón y la bufanda del Barakaldo. Ese día el equipo ascendió de división pero yo sólo pensaba en el examen del día siguiente. Supongo que fue en ese momento cuando me sacaron la foto, porque cargaba una cara de tonto, de embobado, que lo único que hizo mi padre al verme en el periódico fue hechar una carcajada. 

Pero eso no es lo que quería contar, cuando paso las tardes en Lasesarre obviamente miro el campo de fútbol y grito al árbitro cuando no pita una falta, pero no es ni mucho menos lo interesante del partido. Según entras ya te van dando indicaciones de lo que va a ser el estadio: una chapa de metal gigantesca te recibe y según empiezan a salir los jugadores oyes las vibraciones a base de golpe de txikitero en la chapa de metal. Pero no es eso lo importante, sino cómo uno lo vive. Ayer, en el partido que jugábamos contra la Ponferradina, venía de estar con la cabeza en la otra parte. Mira que he entrado veces por la puerta número 15 ala oeste, pero me dio por no pensar y entrar por el ala este. Total, que tuve que dar toda la vuelta para llegar a mi asiento. Después de el estruendo metálico y un par de "Barakaldo nunca se rinde", mi cabeza seguía en otro lado.

A los 45 minutos y después de dirigir mi mirada al señor que vende cupones para el sorteo y a alguna señora gritarle calvo, desgraciado, y un par de cosas más graves al árbitro, una marabunta de gente se levanta para ir a fumar al baño. Y ahí estoy yo. Con unos 35 txikiteros fumándome mi cigarro Winston largo y con una cerveza que no deberían de vender en la barra. Una cascada de escupitajos que sale por fuera del campo hace que cada persona que pase por fuera del estadio se aleje rápidamente de las paredes. Y vuelta al asiento. 

Empiezo a ver cómo los señores que estaban antes aporreando las chapas de metal van bajando hasta llegar a primera fila para asegurarse que sus insultos se escuchen. De mientras, el colectivo gualdinegro y los Indar horibeltz hacen acto de presencia con el característico olor a hachís que suele llegar por el minuto 70. Una vez se rompió la valla y unos 15 chavales se cayeron dentro del campo. Eso fue la ostia. 

Acaba el partido 0-0 y la gente se va a casa. 

No hay más. Y aunque no me haya enterado de un pijo, me voy contento a casa.


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